Quienes tienen más vulnerabilidad laboral están más expuestos a vivir violencia en su trabajo, afirma la autora de esta columna. Aunque hombre y mujeres pueden enfrentar ese tipo de situaciones, la experiencia la viven con frecuencia las mujeres: “una vez por semana” testimonian una de cada cuatro mujeres, según la investigación de la autora.
La movilización social que experimentó Chile hasta el inicio de la crisis del coronavirus ha tenido como centro la demanda por una vida digna para todos y por más justicia social. Desde este lugar se interpelaron a diversos espacios de la vida social evidenciando las enormes desigualdades y las precarias condiciones de vida para un conjunto de grupos que han sido vulnerados en sus derechos de manera sistémica y sistemática.
Pese a que la violencia está cuestionada en la esfera pública, poco o nada se ha dicho de la violencia que existen en espacios tan relevantes como el trabajo, que es un espacio esencialmente social y de índole pública pero donde pareciera que ciertos derechos individuales y colectivos quedan “suspendidos”.
Junto con lo anterior, parece cada vez más evidente el rol y efectos que las condiciones de vida precarias tienen en la salud mental de quienes las padecen. En los últimos años Chile constató un alza importante en sus indicadores de patología mental (UDP, OCDE, MINSAL). [1] Simultáneamente aumentó el reconocimiento, por parte del sistema de salud laboral, del origen laboral de buena parte de la patología mental en población trabajadora tal como puede apreciarse en los datos de la Superintendencia de Seguridad Social respecto de las licencias médicas de salud mental (ver Estadísticas de Licencias Médicas y Subsidio por Incapacidad Laboral, 2019).
Uno de los factores de riesgo asociado a ese resultado de salud mental es el lo que se ha denominado liderazgo disfuncional (Un Modelo Integral de Intervención de la Violencia en el Trabajo, Proyecto con Financiamiento SUSESO en curso). Es decir, se reconoce, que un factor relevante que contribuía a dichos resultados negativos de salud mental se alojaba en unas malas condiciones y relaciones en el trabajo.
En 2019 la Organización Internacional del Trabajo promulgó un convenio global en contra de la violencia y el acoso en el trabajo (Convenio 190) e instó a los países miembros a adherir y tomar las medidas necesarias para combatirla. En dicha convención se sostuvo que el término violencia y acoso en el mundo del trabajo refiere a un amplio rango de conductas y prácticas inaceptables, o amenazas, ya sean en un hecho único o repetido, que tienen por objeto, ocasionan o pueden provocar daños físicos, psicológicos, sexuales o económicos, e incluyen violencia y acoso por motivos de género. El término acoso y violencia de género, se refiere a la violencia y el acoso dirigidos a personas por su sexo o género, o que afectan a personas de un sexo o género en particular de manera desproporcionada e incluye el acoso sexual”[2].
Chile no está ajeno a esta realidad. En un estudio de 2018, investigamos cuáles son los factores, propio del trabajo, que anteceden o que se asocian a la violencia laboral y cómo esta afecta la salud mental de población asalariada en Chile[3]. El estudio consideró la participación de trabajadores y trabajadoras de las tres principales áreas urbanas del país: Gran Santiago, Gran Valparaíso y Gran Concepción, lo que representa el 64% de la población asalariada en Chile al ponderar los datos con el marco muestral del INE. El diseño muestral fue probabilístico y estratificado en tres etapas (distrito, vivienda e individuo), y participaron del estudio una muestra de 1.995 trabajadoras y trabajadores que contestaron un cuestionario. El estudio mostró que si bien la violencia en el trabajo puede manifestarse mediante violencia física, sexual o psicológica, en Chile la violencia laboral es predominantemente de tipo psicológica. También evidenció que las mujeres reportan una mayor intensidad de violencia laboral y reconocen que la violencia se expresa con una frecuencia habitual (una de cada cuatro mujeres expuesta a violencia señala que esto ocurre varias veces por semana/ prácticamente a diario, versus un 16% de los hombres).
Respecto de la salud mental de trabajadoras y trabajadores, fue posible apreciar que las mujeres reportan peores resultados en los indicadores de salud mental al compararse con los hombres. Un 16% de mujeres trabajadoras reportó síntomas depresivos versus un 8% de los hombres. Un 18% de trabajadoras reportó distrés elevado versus un nueve por ciento de los hombres y también un 18% de las mujeres reportó consumir de manera habitual (todos los días o casi todos los días) al menos un psicotrópico (hipnótico, ansiolítico o antidepresivo) versus un 10% de los hombres.
Además, coincidente con la evidencia internacional se pudo constatar que hombres y mujeres expuestos a violencia laboral tienen una chance aumentada de presentar problemas de salud mental [4] (Hsieh, Wang, & Ma, 2019; Salas et al., 2015; Taniguchi, Takaki, Hirokawa, Fujii, & Harano, 2016).
Asimismo, fue posible apreciar desigualdades sociales y de género: al considerar el autoreporte de violencia laboral (prevalencia 6 meses) las mujeres doblan en prevalencia de violencia a los hombres (8% versus 4%). Más mujeres que hombres perciben una situación de vulnerabilidad en el trabajo (40% de mujeres versus un 34% de hombres). La vulnerabilidad laboral (temor a perder el empleo o que sus condiciones laborales empeoren) se asocia significativamente con exposición a violencia en hombres y mujeres: 53% de mujeres y 48% de hombres que perciben vulnerabilidad laboral han estado expuestos a violencia. Ocupar posiciones de mayor jerarquía ocupacional o pertenecer a hogares de mayores ingresos no protege a las mujeres de la violencia en el trabajo pero si a los hombres.
Un 40,8% de las mujeres y un 34,6% de los hombres que presentan estrechez económica están expuestos a violencia laboral. Asimismo, un 63% de quienes presentan vulnerabilidad laboral (67% en mujeres y 59% de los hombres) están expuestos a violencia laboral.
Una de cada dos mujeres (50,16%) que reporta baja satisfacción laboral presenta violencia laboral. También 7 de cada 10 trabajadoras/es que declaran ser jefes de hogar están expuestos a violencia laboral. Los análisis bivariados también nos muestran que la mitad de quienes reportan liderazgos destructivos ha estado expuestos a violencia laboral.
Se realizó una regresión para analizar la chance de presentar violencia laboral al comparar a los expuestos y no expuestos a vulnerabilidad laboral. El análisis nos muestra que trabajadores expuestos a vulnerabilidad laboral tienen una chance cuatro veces mayor de presentar violencia laboral al comparase con los no expuestas incluso cuando se controla por estrechez económica y liderazgos destructivos. Al realizar un análisis desagregados por sexo se matiene el resultado.
Respecto de la salud mental, fue posible apreciar que hombres y mujeres expuestos a violencia laboral muestran mayor probabilidad de sufrir distrés psicológico y sintomatología depresiva. Mujeres expuestas a violencia presentan mayor probabilidad de consumo de psicotrópicos que las no expuestas, no así los hombres.
Las organizaciones no son neutrales al género y en Chile, la violencia hacia las mujeres es un problema de gran magnitud y se diferencia de otras formas en que el factor de riesgo es el hecho de ser mujer. Empero el conocimiento sobre la violencia que experimentan las mujeres en el trabajo es aún escaso. Este estudio constató que en Chile el género es un factor de riesgo de exposición de las mujeres a violencia laboral, y que interactúa con el estatus socio económico y ocupacional, es decir actuando interseccionalmente, y aumentando el riesgo de experimentar violencia en el trabajo.
Por ello, se enfatiza en la necesidad de atender y reconocer el rol que el trabajo, tanto en sus condiciones como en sus modos de organización, y en los aspectos subjetivos que contiene, afecta en la salud física y mental de los trabajadores y trabajadoras, considerando el género como un factor crucial de interés. Además, de la preocupación por la salud de los trabajadores (as), la normativa internacional vigente y sus horizontes éticos de trabajo decente y trabajo justo adquieren entonces una dimensión política relevante entre quienes tenemos la responsabilidad de perseguir un horizonte de mayor justicia social.
Fuente: CIPER